Paraísos ocultos de la fiesta extrema
Paraísos ocultos de la fiesta extrema
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Luces frenéticas destellan, el humo envuelve todo como una nube psicodélica, y en el centro de la pista, una figura con orejas peludas se contonea al lado de alguien vestido como si acabara de bajar de una nave espacial. No estás dormido, ni atrapado en un videoclip retro mal editado: estás dentro de una discoteca exótica. Ese tipo de espacio donde la coherencia es opcional y el absurdo, obligatorio.
Las discotecas exóticas son como una dimensión paralela en la noche. Ni son comunes, ni buscan serlo. En este tipo de fiesta, lo incoherente se vuelve arte y lo ridículo, estilo.
Para captar la esencia, lo primero es sacarse de la cabeza la escena cliché de luces de colores y reguetón retumbando. Obviamente, esos ingredientes pueden formar parte del cóctel, pero lo que hay en estos lugares supera por mucho lo básico: es otro plano de la realidad.
Por ejemplo, en Tokio, existe una disco donde los meseros son robots. Literalmente. Te sirven sake con sus pinzas mecánicas mientras una drag queen canta ópera encima de una serpiente de luces LED. ¿Normal? No. ¿Genial? Absolutamente.
Otra joya surrealista se encuentra en Ibiza: una cueva, y no es broma. En ese templo de roca y electrónica, el DJ hace vibrar la cueva mientras un chamán agita humo de salvia como si abriera portales. Esoterismo rave en su máxima expresión.
Lo peculiar es que aquí convergen tribus que nunca pensarías ver juntas. Desde putas el mochilero recién llegado hasta el empresario que huele a perfume de otro planeta. Aquí no hay códigos de vestimenta, solo códigos de locura.
Y por supuesto, el diseño del lugar también tiene su protagonismo. ¿Girar sobre la pista mientras un esqueleto prehistórico observa desde el techo? ¿Compartir selfies con una llama disecada y un candelabro de tentáculos? Cualquier cosa puede pasar. Cuanto más raro, más real.
A primera vista, podrías imaginar que solo van tiktokers con brillitos y turistas con tarjetas sin límite. Pero sorpresa: eso no es cierto. La fauna nocturna es igual de diversa que los absurdos del lugar.
Algunos simplemente caen ahí por casualidad y se quedan por locura. Entraron por “ver qué onda” y salieron con una historia que ni su terapeuta les cree.
También están los que buscan algo distinto, más allá de lo típico. No están ahí por hits comerciales, sino por el momento exacto en que un mimo actúa Freddie Mercury sin hablar.
Y cómo no, los eternos enamorados del caos creativo. Estas personas coleccionan experiencias como si fueran cromos. Apenas oyen "invasión marciana" y “bebidas fosfo”, ya están en camino con sus antenas puestas.
¿Qué hacen esas criaturas? Lo que se les dé la gana. Bailan con frutas antropomórficas, se rayan con tinta luminosa y reciben tormentas de burbujas en plena copa. Es una combinación mágica de ritual performático, desfile electrónico y fiesta indie de otro planeta.
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